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miércoles, 25 de enero de 2017

LA REFORMA Y LA IGLESIA ACTUAL (en una visión amplia y una contextualización)



EBDB


Hoy más que nunca la iglesia tiene que redescubrir su historia. Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y se cae fácilmente en el caos. Esa es la condición de gran parte del protestantismo latinoamericano hoy. 






Es importante recordar que la Reforma del siglo XVI fue multifacética. Además de la Reforma luterana y la Reforma calvinista, fue muy importante la Reforma Radical anabautista.

La ubicación social de cada uno de estos movimientos fue distinto: Lutero se identificó con los príncipes alemanes y el incipiente nacionalismo; Calvino estaba más cerca de las ciudades suizas y una proto-burguesía, mientras los anabautistas se identificaban más con las clases pobres y el naciente proletariado. 

Pero todos miraban hacia el futuro, que vendría a llamarse "modernidad", mientras que el Vaticano miraba más al pasado y se aliaba con el Sacro Imperio Romano y muchos aspectos del mundo medieval. Es significativa la repetición de la palabra "naciente". Los Reformdores era los parteros del mundo moderno que nacía. Dos siglos después el movimiento wesleyano aportó nuevas dimensiones muy importantes al protestantismo.



Hoy más que nunca la iglesia tiene que redescubrir su historia. Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y se cae fácilmente en el caos. Esa es la condición de gran parte del protestantismo latinoamericano hoy.


Vamos a conversar en torno a las consignas con que se suele resumir la teología de los Reformadores, pero es importante recordar que su pensamiento era mucho más amplio y profundo que esas consignas. En Lutero, por ejemplo, encontramos un cierto anticipo del existencialismo, en el papel de la experiencia personal en su teología y en su rechazo de toda sistematización; él era "un teólogo irregular". En Calvino es profunda la admiración por la gloria y santidad de Dios, tanto que se le ha llamado "un hombre ebrio de Dios". En los anabautistas se juntaban (y se juntan) la pasión por la justicia con el pacifismo. Pero en esta charla, nos vamos a concentrar en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma.


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I. Sola scriptura


Son famosas las palabras de Lutero en Worms (1521): "Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Si no se me demuestra por las escrituras y por razones claras (no acepto la autoridad de papas y concilios, pues se contradicen), no puedo ni quiero retractar nada, porque ir contra la conciencia es tan peligroso como errado. Que Dios me ayuda, Amén".

En esta histórica declaración de Lutero, queda claro que la "sola scriptura" no significa que conocemos sólo la Biblia o que todo lo demás no importa. ¿Quién podría entender el éxodo sin saber algo de Egipto, o el exilio de los judíos sin saber algo de Asiria y Babilonia? Un famoso fundamentalista, R.A. Torrey, dijo sabiamente, "Quien conoce sólo la Biblia, no conoce la Biblia". Por eso, Lutero apela a las escrituras pero también a "razones claras" y a la conciencia. Después una correlación similar iba a ampliarse en "el cuadrilátero wesleyano" (escritura, tradición, razón, experiencia).

La Reforma colocó la Palabra de Dios, en sus varias modalidades, como la máxima autoridad normativa, encima de papas y concilios. Eso implicó a su vez la interpretación seria y crítica de las escrituras, desde los textos originales, transformando conceptos como jaris (gracia), pistis (fe) y metanoia (arrepentimiento). Impulsó también la predicación expositiva, aclarando y aplicando los textos sagrados, acompañada por la predicación del año lectivo, firmemente anclada en la historia de la salvación.

Hoy día amplios sectores de las iglesias evangélicas latinoamericanas han perdido el sentido histórico y predican un mensaje divorciado del pasado, aun del mismo contexto bíblico. ¡Qué increíble que ni las iglesias pentecostales celebran el día de Pentecostés!2 Son escasas tanto la predicación expositiva como la del ciclo litúrgico. Muchos sermones no son más que opinionismo, especulación, "performance" y puro "show", manipulación del texto y del público.3 Hay también predicadores fieles, a Dios gracias, pero son la excepción.



II. Sola gratia


Karl Barth ha repetido muchas veces que las dos palabras más importantes para la teología son "gracia" (jaris) y "gratitud (eujaristia). El Catecismo de Heidelberg comienza formulando las tres cosas más importantes que el niño debe saber: "Cuán grande es mi pecado, cuán grande es la gracia de Dios, y cuán grande debe ser mi gratitud a Dios". La Reforma transformó la idea tradicional de la gracia de Dios como una fuerza moral impartida en el bautismo (gratia infusa), en un concepto personal, del amor con que Dios nos acepta sin ningún mérito de parte nuestra, y le dieron un lugar central en su teología y la gracia y la fe personal. Pero esa misma gracia era exigente de frutos de justicia (Efes 2:8-10). No era la gracia barata del "evangelio de ofertas" que se predica hoy.4

En muchos círculos evangélicos hoy existe de facto una doctrina de salvación por las obras. Entre los viejos fundamentalistas uno era "salvo" cuando dejaba de fumar, tomar e ir al cine. En la actualidad, algunas iglesias se especializan en maldiciones y anuncian que si uno no diezma, sus finanzas, y hasta su vida, serán malditas pero si ofrendan bien todo será bendición. Bien se ha observado que los diezmos y los "pactos" son las indulgencias del siglo XXI.



III. Sola fide


Casi todos saben que los Reformadores enseñaron la justificación por la gracia mediante la fe, pero pocos se dan cuenta de que transformaron el concepto de fe, devolviéndole su sentido bíblico. Recuerdo que cuando estuve aprendiendo el español compré el "Manual de Religión" que los colegios costarricenses empleaban como texto. Ese Manual definía la fe como "tener por cierto lo que dice la santa madre iglesia". Para los Reformadores, la fe es entrega a Cristo y confianza en él (fides est fiducia, otra consigna histórica). Para ellos, la fe sin obras es muerta. Según Calvino, "todo conocimiento verdadero de Dios nace de obediencia". Ahí está la diferencia importante entre la fe y el fideísmo.

Hoy en día muchas iglesias "evangélicas" confunden la fe con la ortodoxia y predican de hecho una salvación por ortodoxia. Para ellos, la fe consiste en decir Amén a lo que dice el pastor, en vez de ser discípulo radical de Jesucristo en todas las esferas de la vida (eclesial, social, económica, política etc). Por eso, en esas congregación discrepar de la opinión del pastor es el pecado de murmuración, lo que trae maldición.
La iglesia hoy debe preguntarse si está formando verdaderos discípulos o si está llenando los templos de gente que dice "Señor, señor" pero que no hace la voluntad del Padre (Mat 7:21-23).



IV. La libertad cristiana


Son muy conocidas las tres consignas que ya hemos analizado, pero las cuatro que quedan son olvidadas las más de las veces. Para comenzar, se olvida que, frente a mucha tradición medieval, los Reformadores eran pioneros de una nueva libertad.5 Hace unos años el recordado filósofo costarricense, Roberto Murillo, publicó un artículo muy interesante sobre el aporte de Lutero a las libertades modernas. Para José Martí, héroe cubano, "todo amante de la libertad debe colgar un retrato de Martín Lutero en la pared de su cuarto".6

En el siglo XVI Europa vivía una crisis de autoridad después del fin de la edad media, cuando mandaban a fin de cuentas el Papa y el Sacro emperador romano. En esa coyuntura el programa teológico de la Reforma era una agenda profundamente liberadora.7 La justificación por la gracia mediante la fe significaba una liberación del legalismo. La sola scriptura liberó a la iglesia del autoritarismo dogmático, el sacerdocio univeral del clericalismo, el semper reformanda nos libera del tradicionalismo estático y el soli deo gloria del culto a la personalidad.

Hoy día algunas iglesias se están volviendo más autoritarias que nunca. Aunque el viejo legalismo ha perdido fuerza, el principal legalismo ahora es el diezmo. He sabido de iglesias que amenazan con maldición a los que no diezman. En esa salvación por obras, la salvación se gana o se pierde en la hora de la ofrenda. He sabido de otras iglesias donde el pastor quiere controlar toda la vida de los fieles; ¡no se permite ni enamorarse sin el visto bueno del pastor!.

Con el movimiento de "apóstoles" y "profetas" el autoritarismo llega a niveles sin precedente. Aunque San Pablo nos manda examinar y juzgar las profecías (1 Tes 5:19-21; 1 Cor 14:29-32), estos profetas pontifican con una cara seria que dice, "que nadie se atreva a cuestionar mi palabra profética". Por su parte, más de un "apóstol" se permite emitir alguna "declaración apostólica" con la falsa autoridad que presumen tener.

Aquí va también un problema de sola scriptura, de fidelidad bíblica. A menudo han dicho que una "palabra profética" tiene más autoridad que una enseñanza bíblica. Apelan también a la falsa distinción entre logos (palabra bíblica, general) y rhema (palabra profética específica, según ellos), con desprecio de la palabra inspirada como mero logos. De esta manera establecen autoridades paralelas a las escrituras, de forma parecida a los mormones. los Testigos de Jehová y otras sectas.



V. Sacerdocio universal del los y las creyentes (1 P 2:9; Ap 1:6; 5:10)


Frente al rígido clericalismo de la iglesia católica de la época, la Reforma impulsó un proceso de democratización dentro de la iglesia y de la sociedad. Para Lutero, toda la vida es ministerio y todos los creyentes son sacerdotes de Dios. "Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios... Todos los cristianos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna" (W.A. 6,370; R. García-Villoslada, Martín Lutero, Tomo. I, p.467).

En su época, tanto la Reforma luterana como la Reforma calvinista se quedaron cortos en superar el clericalismo; los anabautistas avanzaron más, como también el movimiento wesleyano después. El siglo pasado, hubo un fuerte movimiento de teología del laicado que puede verse como la maduración de estos avances de la Reforma.

Sin embargo, hoy parece crecer un nuevo clericalismo, de los "super-clérigos", especialmente los "apóstoles". En una mesa redonda sobre los "apóstoles" en Quito, Ecuador, un participante declaró, "Antes era suficiente el título de pastor, pero ahora que existen las mega-iglesias, ese título no basta para sus fundadores y deben llamarse con un título mayor". La verdad es que ha surgido una nueva jerarquía eclesiástica, con los "apóstoles" y los "profetas" en la cumbre de poder y autoridad. En algunas iglesias el pastor es de hecho el C.E.O (ejecutivo mayor de una corporación), inaccesible a los feligreses con necesidades pastorales. Esas iglesias están organizadas según el modelo ejecutivo de las grandes empresas.




VI. Ecclesia reformata semper reformanda


Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos. Lutero era un "teólogo irregular" que nunca intentó formular un sistema. Calvino, por supuesto, articuló un sistema doctrinal, pero vivía revisándolo hasta nueve ediciones, alternando entre el latín y el francés. Algunos de los aportes más valiosos aparecen sólo en la novena edición. Si Calvino no hubiera muerto, sin duda hubiera producido una décima edición. Tillich define "el principio protestante", muy acertadamente, con la frase, "sólo Dios es absoluto". Karl Barth advierte contra la tentación de tener al "sistema" como la verdad absoluta, lo cual identifica como idolatría.

Lamentablemente, en el siglo XVII, amenazados por el racionalismo escéptico de la época, la teología luterana y la calvinista cayeron en una rígida ortodoxia escolástica. Aunque hicioeron algunos aportes, no lograron "defender" su fe sino que la redujo a un dogmatismo estéril. Curiosamente, luteranos y calvinistas se acusaban mutuamente de ser herejes, cripto-católicos y otros insultos.

El movimiento wesleyano puede verse en parte como una reacción contra esa "ortodoxia muerta" e hizo mucho para rescatar la salud del protestantismo. Pero a inicios del siglo XX la ortodoxia dogmática se resucitó en los Estados Unidos en la forma del fundamentalismo norteamericano.

Hoy día, cuando la tolerancia se ve como el sumo bien, son menos los reductos de ortodoxia cerrada, aunque los hay. Al contrario, en nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible. La nueva consigna parece ser, "ecclesia reformata semper deformanda". La intención de la "semper reformata" era la de corregir errores y ser cada vez más fiel al Señor y su Palabra. Desde el siglo pasado la iglesia vive de fiebre en fiebre, cambiando de modas como los estilos de zapatos ("health and wealth", "name it, claim it", evangelio de prosperidad, tumbadera de gente, "apóstoles" y profetas, maldiciones generacionales etc etc ad infinitum). Muchas veces la innovación hoy no es para corregir errores sino de introducir nuevos errores. Muchas veces el fin no es mayor fidelidad sino mayor éxito, mayor fama o mayor dinero.




VII Soli deo gloria


"A Dios, y sólo a Dios, sea toda la gloria" fue una consigna fundamental de la Reforma. La iglesia de la época daba mucha gloria a otros en lugar de sólo a Dios. La Reforma fue una redescubrimiento de Dios, en perspectivas antes desconocidas. Los Reformadores tomaban muy en serio a Dios como el centro de toda su vida. Antes de su gran descubrimiento de la gracia, Lutero temía a Dios con horror y pánico, pero después se deleitaba en el amor del Dios de la gracia. Calvino era un hombre sobrecogido por la maravilla de la gloria de su Señor. La Reforma fue un gran encuentro con Dios. Puso Dios en el centro de su vida y su pensar, y le daba toda la gloria a él. Johann Sebastián Bach escribía las siglas "S.D.G." al inicio de todas sus partituras.

Hoy nuestra iglesia también tiene que redescubrir esta consigna de la sola gloria de Dios. Nuestra sociedad está permeada por el culto a la personalidad; hablamos de los "ídolos" de Hollywood y las "estrellas del deporte", etc. Las iglesias tienen también sus "estrellas" y a veces "dioses" a quienes adoran: mega-pastores, profetas y sanadores, algunos evangelistas promovidos con publicidad al estilo de Hollywood. En la iglesia del Señor no caben el personalismo y el culto a la personalidad.

Cuando Dios curó al cojo por medio de Pedro y Juan, y la gente los quería reconocer como milagreros, Pedro les contestó, "¿Por qué nos miran a nostros, como si nosotros, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús" en sanar a aquel enfermo. Originalmente un "don de sanidad" no significaba algún poder que poseyera alguna persona, sino el acto de Dios de dar salud a un enfermo. A veces se habla de los "sanadores" como si fuesen dueños del poder milagroso; "en estas manos hay poder de sanar", dijo uno de ellos, mostrando sus manos ante las cámaras.

Al contrario, "¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros hubiéramos hecho algo", dijeron Pedro y Juan, para dar la gloria al Señor.

Esta consigna significa también que podemos, y debemos, glorificar a Dios en todo lo que hagamos. "Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios", dijo Lutero. En todo, nos exhorta San Pablo, "ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor 10:31).





Conclusión: 

Nuestro momento histórico se parece dramáticamente al de los Reformadores en el siglo XVI: revolución en las comunicaciones (la imprenta de Gutenberg; hoy smartphones, Spotify, Netflix, tablets, etc); revolución del espacio vital de la humanidad (navegación mejorada; Cristobal Colón 1492; hoy autos, aviones, viajes al espacio); revolucion armamentista (el fusil portátil, arcabus y mosqueta; hoy, armas nucleares) y sobre todo, una crisis de autoridad que produce gran confusión.



En esta coyuntura, ¿qué nos traerá el futuro? A como van las cosas, podría salir un protestantismo cultural y poderoso, algo parecido a lo que ha sido el catolicismo en el pasado. Pero gracias a Dios, sigue existiendo un remanente fiel y grandes signos de esperanza. ¿Levantará Dios a otro Lutero? Quizá que no, pero quiera el Señor concedernos un avivamiento de espiritualidad genuina y un movimiento de profunda renovación que sacudirá a la iglesia de pies a cabeza y preparará a la iglesia para responder a los grandes desafíos del nuevo mundo que está naciendo.





Notas:

1. Charla en la iglesia metodista el Redentor, San José, Costa Rica, 31 de octubre de 2011. El tema asignado fue "Qué necesita reformar la iglesia hoy?". En la presentacion oral enfaticé tanbién lo positivo de lo que Dios está haciendo en la iglesia hoy.

 
4. Aquí conviene recordar ese gran poema atribuido a Santa Teresa: "No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometodo... No me tienes que dar porque te quiera..."

5. En 1520 Lutero publicó un importante tratado "Sobre la libertad del cristiano".

6. Hay que reconocer a la vez que hubo serias contradicciones en la conducta de Lutero, debido mayormente a su doctina de los dos reinos y sus vínculos con los príncipes alemanes. Su trato a los campesinos y los judíos era reprochable.

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martes, 24 de enero de 2017

10 diferencias entre Lutero y Calvino



Coalición por el Evangelio


Es hora de volver a celebrar la Reforma protestante. En estas fechas los evangélicos —con gran gozo— nos acordamos de cómo un monje agustiniano insignificante revolucionó la faz de Europa cuando clavó sus 95 tesis a la puerta de una iglesia.

Aquélla iglesia se encontró en Wittenberg (Alemania) y el monje, como todos sabemos, fue el mundialmente reconocido Martín Lutero.






Gracias a las hazañas de Lutero, nació la Reforma protestante (aunque el apodo protestante no sería usado hasta doce años después). Su pasión por las Escrituras engendró a una serie de teólogos pro-Reforma tales como Matthias Flacius, Urbanus Rhegius, Johannes Brenz y Martín Chemnitz —“el segundo Martín”— dentro del campo luterano. 

¿Y cómo no hacer mención del brazo derecho de Lutero: su amado amigo Felipe Melanchthon? Es como si los dos fueron diseñados para ministrar juntos.


Comentó Lutero en una ocasión:

“Yo soy duro, ruidoso y escandaloso. Nací para pelear contra monstruos y diablos. Tengo que quitar tocones y piedras, echar fuera cardos y espinas, y limpiar bosques silvestres; pero luego viene el Señor Felipe de una forma tan suave y dulce, sembrando agua con gozo según los dones que Dios ha derramado abundantemente sobre él”.


Lutero también preparó el camino para un campo más reformado dentro del protestantismo con gigantes de la talla de Martín Bucer, Ulrico Zuinglio, Enrique Bullinger y Theodore Beza.

No obstante, mucho más importante que cualquiera de los antemencionados teólogos es otro pensador reformado cuya fama iguala –e incluso, en algunos sitios, supera- aquélla de Lutero. Nacido en Francia en el 1509, pasó la mayor parte de su vida ministerial en Ginebra (Suiza) desarrollando lo que el reformador escocés John Knox llamaría, “La más perfecta escuela de Cristo que había existido en la tierra desde los días de los apóstoles. En otros lugares, confieso que predican a Cristo correctamente; pero en muy pocos sitios he visto las costumbres y la religión tan sinceramente reformadas”. Para que Knox dijera esto —un hombre, por cierto, no conocido por sus halagos— Ginebra tenía que haber sido algo especial. Entonces, ¿de quién estamos hablando? ¡De Juan Calvino!

Así que los dos campeones de la fe protestante son Martín Lutero y Juan Calvino, pero, ¿hay alguna diferencia entre ellos? Miremos 10 puntos en los que estos reformadores difieren.



1. Primero Lutero, luego Calvino



En primer lugar hay que tener en cuenta que Calvino era mucho más joven que Lutero –unos 26 años más joven para ser exacto. Cuando Lutero clavó sus tesis a la puerta de la catedral de Wittenberg, el pequeño Juanito apenas tenía ocho años. Lutero pertenecía a la primera generación de los reformadores mientras que Calvino era un reformador de segunda generación. Gracias al sudor, la sangre y las lágrimas de Lutero, Calvino heredó un legado teológico muy rico que pudo cultivar.



2. Un profeta y un intelectual



Es cierto que tanto Lutero como Calvino son conocidos por enseñar la fe cristiana. Pero sus respectivos contextos les condicionaron de maneras diversas. Lutero era el profeta del nuevo movimiento, abriendo brecha para sus seguidores protestantes que vendrían después. Con razón, pues, se caracterizó por tanto celo y tenacidad. Calvino, sin embargo, llegó bastante más tarde y tuvo más tiempo a la hora de reflexionar metódicamente sobre los descubrimientos que Lutero había regalado a la iglesia. Cualquier lector medianamente versado en la literatura de la Reforma puede percibir cómo Calvino escribió de una manera más sistemática que Lutero. Como me lo explicó recientemente el experto en la Reforma, el Dr. R. Scott Clark: “Calvino y los reformados ortodoxos hicieron un trabajo excelente a la hora de colocar las ideas de Lutero dentro de un contexto más amplio y fiel al Pacto de Dios”.



3. Extrovertido e introvertido



En cuanto a sus personalidades, Lutero era extremadamente extrovertido. Siempre tenía a gente en casa. Charlaba, se reía y contaba chistes. Pero Calvino nunca se sintió plenamente a gusto en el ministerio público. No fue tanto su amor por las ovejas lo que le llevó a la obra pastoral sino más bien por un profundo sentido de su deber delante de Dios, el cual le llegó mediante la espantosa profecía de William Farel: “Dios maldiga tus estudios si tú ahora, en esta hora de necesidad para la iglesia, rehúsas ofrecerte para ayudarla”. Sin esta advertencia de Farel, es muy probable que Calvino nunca se hubiera dedicado a la tarea pastoral.



4. El pastor y el profesor



Otra diferencia, ligada a sus personalidades, tiene que ver con cómo ganaron el favor de la gente. La gente común y corriente se sentía atraída por el carisma de Lutero. Hoy día le llamaríamos una figura ‘dinámica’. Las multitudes se acercaban a él por esta chispa vital que tenía. Los seguidores de Calvino, sin embargo, estuvieron más propensos a seguirle por su capacidad intelectual y no tanto por su ‘energía’ personal. Ganó a seguidores porque su mente estaba centrada en la gloria de Dios. Cuando leemos los sermones de los dos hombres, las meditaciones de Calvino van más dirigidas al intelecto y a la razón pero aquéllas de Lutero van encaminadas al corazón. Aun en el púlpito, Lutero era un hombre del ‘corazón’ por así decirlo, preocupándose mucho más por las criadas y los niños de su congregación que por sus doctores.



5. Aspecto físico



En los cuadros que hemos heredado del siglo XVI, hay una divergencia clara entre el aspecto físico de los dos predicadores. Lutero, en los cuadros de su madurez, es corpulento y casi gordo con un pecho ancho. Tanto dentro como fuera del púlpito, era grande en todos los sentidos (un poco como George Whitefield). Siempre le acompañaba esta fuerza vital. En contraste, la vida de Calvino estuvo plagada de varias enfermedades. Tenía bastantes problemas estomacales y por lo tanto solo pudo comer una vez al día. En sus cuadros, es un hombre débil, muy delgado y casi “cadavérico” (para usar la expresión de Martyn Lloyd-Jones). Su cara tenía un aspecto más sombrío y serio que aquélla de Lutero.



6. ¿Justificación o la gloria de Dios?



No se puede negar que ambos estuvieron apasionados por el redescubrimiento del evangelio bíblico. No obstante, los prismas mediante los cuales interpretaron el evangelio no fueron idénticos. Lutero le puso énfasis a la gloriosa doctrina de la justificación mediante la fe en la vida del creyente. Su perspectiva soteriológica le llevó a hablar mucho sobre la necesidad de la fe salvadora y la dulce alegría de confiar en Cristo. Calvino creía esto igual que Lutero; pero hizo hincapié en que la justificación por la fe solo puede tomar el segundo lugar en la teología. Para Calvino, en el primer lugar está la gloria de Dios. La verdadera maravilla tocante a la justificación en el pensamiento de Calvino no es que un pecador se encuentre perdonado de toda iniquidad sino que Dios está siendo glorificado a través de la salvación del impío. Lo que Lutero empezó con fe; Calvino empezó con gracia.



7. La Cena del Señor



Uno de los temas más discutidos en los primeros años de la Reforma fue la Cena del Señor. Lutero y Zuinglio se dividieron por este mismo tema en 1529. A pesar de romper con la interpretación católica-romana de la misa, Lutero seguía teniendo una visión sacramentalista tocante a la eucaristía. Lutero creía que Cristo estuvo presente “en, con y por debajo” de los elementos, mientras que Zuinglio enseñó que la Cena del Señor no fue nada sino un evento conmemorativo para edificar a los santos. Cristo no estaba físicamente presente. Entonces, ¿con quién estaría de acuerdo Calvino: con Lutero o Zuinglio? Respuesta: con ambos y ninguno. Medió entre los dos aceptando que Cristo se encontraba espiritualmente presente en la Cena del Señor. Así que, la interpretación física de Lutero fue reemplazada por una interpretación espiritual en Calvino.



8. Iglesia y estado



Hay un desacuerdo importante entre Lutero y Calvino con respecto a la relación Iglesia-estado. Esto se debe a sus contextos políticos distintos. Al vivir en la Alemania de la edad medieval donde cada estado estaba bajo el poder de un príncipe determinado, Lutero —como regla general— entendía que el gobierno debía supervisar la administración de los asuntos de la Iglesia. Por otro lado, Calvino, quien vivía en el sistema más libre de cantones independientes en Suiza, se opuso a cualquier tipo de interferencia política en la Iglesia. Tanto la Iglesia como el estado tenían que ser autónomos e independientes. Además, Calvino estaba mucho más abierto a la idea de que los creyentes podían transformar todos los sectores de la sociedad en base a los valores bíblicos mientras que Lutero siempre pensaba en términos de su vocación religiosa.



9. El bautismo



A pesar del hecho de que tanto Calvino como Lutero creían en el bautismo de infantes, ambos entendieron la eficacia del bautismo de una forma distinta. Lutero pensaba que el bautismo es un evento, un sacramento, el cual salva a la persona bautizada –sea un niño o un adulto. El Espíritu Santo es dado al agente bautizado para que posea fe verdadera en Cristo. El pecado es perdonado, la muerte y el diablo son vencidos y la vida eterna es concedida (Catecismo pequeño, IV). Aunque Calvino apreciaba las aportaciones de Lutero, él creía que el bautismo se trataba más bien de una señal externa mediante la cual uno se incorporaba en la iglesia visible. Esta entrada a la bendita sociedad del pueblo de Dios era una señal manifiesta de la gracia. Según él el bautismo no salvaba a nadie de modo eficaz.



10. La ley y el evangelio



La última diferencia entre nuestros dos campeones de la Reforma tiene que ver con la ley y el evangelio. Ahora bien, la distinción en este sentido no es tanto una cuestión de contenido sino de énfasis. Los dos creían en el uso cívico, pedagógico y normativo de la ley; no obstante, Lutero hablaba sobre la ley de una forma mucho más negativa que Calvino. El alemán dividía estrictamente entre la ley y el evangelio. ¿Por qué? Porque Lutero veía la ley, en primera instancia, como un medio de miseria, condenación y un ministerio de muerte del cual la humanidad necesitaba liberación. Calvino estaba cien por cien de acuerdo con Lutero en esta línea de pensamiento; pero estaba más abierto a subrayar el aspecto positivo de la ley tocante a la santificación del creyente. Puesto que la ley es una expresión perfecta de la voluntad de Dios, se supone que los creyentes deben desear regocijarse en la ley del Señor.



Fuente: https://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/10-diferencias-entre-lutero-y-calvino 



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