R.C. Sproul
Dios obra incredulidad en los corazones de los réprobos.
El terrible error del hiper-calvinismo es que implica a Dios en forzar el pecado. Esto hace una violencia radical a la integridad del carácter de Dios. El ejemplo bíblico primario que pudiera tentarnos al hiper-calvinismo es el caso de Faraón.
Repetidamente leemos en el relato del Éxodo que Dios endureció el corazón de Faraón. Dios dijo a Moisés de antemano que haría esto:
“Tu dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos” (Ex. 7:2-5).
La Biblia enseña claramente que Dios endureció, efectivamente, el corazón de Faraón. Ahora bien, sabemos que Dios hizo esto para su propia gloria y como señal tanto a Israel como a Egipto. Sabemos que el propósito de Dios en todo esto era un propósito redentor. Pero nos queda aún un difícil problema. Dios endureció el corazón de Faraón y después juzgó a Faraón por su pecado.
¿Cómo puede hacer Dios responsable a Faraón o a cualquier otro de un pecado que fluye de un corazón que Dios mismo ha endurecido?
Nuestra respuesta a esa pregunta depende de cómo entendemos el acto de endurecimiento por parte de Dios. ¿Cómo endureció el corazón de Faraón? La Biblia no responde a esa pregunta explícitamente. Al pensar acerca de ello, nos damos cuenta que, básicamente, sólo hay dos maneras en que podía haber endurecido el corazón de Faraón: activa o pasivamente.
Un endurecimiento activo implicaría la intervención directa de Dios en el interior del corazón de Faraón. Dios se entremetería en el corazón de Faraón y crearía nueva maldad en él. Esto ciertamente garantizaría que Faraón produciría el resultado deseado por Dios. También garantizaría que Dios es el autor del pecado.
El endurecimiento pasivo es totalmente otra historia. El endurecimiento pasivo implica un juicio divino sobre el pecado que ya está presente. Lo único que Dios necesita hacer para endurecer el corazón de una persona cuyo corazón ya es perverso es "entregarle a su pecado". Encontramos este concepto del juicio divino repetidamente en la Escritura.
¿Cómo funciona esto? Para entenderlo adecuadamente debemos considerar primero brevemente otro concepto, el de la gracia común de Dios. Esto se refiere a esa gracia de Dios que todos los hombres gozan en común. La lluvia que refresca la tierra y riega nuestras cosechas cae igualmente sobre justos e injustos. Los injustos, ciertamente, no merecen tales beneficios, pero gozan de ellos igualmente. Así ocurre con el Sol y los arco iris. Nuestro mundo es un escenario de gracia común.
Uno de los elementos más importantes de la gracia común que gozamos es el refrenamiento del mal en el mundo. Ese refrenamiento fluye de muchas fuentes. El mal es refrenado por los policías, las leyes, la opinión pública, el equilibrio de poder, etc. Aunque el mundo en que vivimos está lleno de iniquidad, no es tan inicuo como podría ser. Dios utiliza los medios mencionados anteriormente, al igual que otros medios para mantener controlado el mal. Por su gracia, controla y refrena la cantidad de maldad en este mundo. Si se dejase al mal totalmente descontrolado, entonces la vida en este planeta sería imposible.
Lo único que Dios tiene que hacer para endurecer los corazones de las personas es quitar los frenos. Les da más libertad de acción. En lugar de refrenar su libertad humana, la incrementa. Les deja seguir su propio camino. En un sentido, les da la soga con que ahorcarse. No es que Dios ponga su mano en ellos para crear nueva maldad en sus corazones; meramente, su santa mano deja de refrenarlos y les permite hacer su propia voluntad.
Si hubiéramos de determinar cuáles son los hombres más inicuos y diabólicos de la historia humana, ciertos nombres aparecerían en la lista de casi todos. Veríamos los nombres de Hitler, Nerón, Stalin y otros que han sido culpables de masacres y otras atrocidades. ¿Qué tienen esas personas en común? Fueron todos dictadores. Todos tenían, virtualmente, un poder y autoridad ilimitados dentro de la esfera de sus dominios.
¿Por qué decimos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente? (Sabemos que esto no se refiere a Dios, sino sólo al poder y la corrupción de los hombres.) El poder corrompe, precisamente, porque eleva a una persona por encima de los frenos normales que restringen al resto de nosotros. Yo soy refrenado por los conflictos de interés con personas que son tan poderosas o más poderosas que yo. Aprendemos pronto en la vida a restringir nuestra beligerancia hacia aquellos que son mayores que nosotros. Tendemos a entrar en conflictos de forma selectiva. La discreción tiende a prevalecer sobre el valor cuando nuestros oponentes son más poderosos que nosotros.
Faraón era el hombre más poderoso del mundo cuando Moisés fue a verle. Casi el único freno que había contra la iniquidad de Faraón era el santo brazo de Dios. Lo único que Dios tenía que hacer para endurecer más a Faraón era quitar su brazo. Las malvadas tendencias de Faraón hicieron el resto. En el acto del endurecimiento pasivo, Dios toma la decisión de quitar los frenos; la parte inicua del proceso es realizada por Faraón mismo. Dios no hace violencia a la voluntad de Faraón. Como hemos dicho, simplemente le da a Faraón más libertad.
Vemos el mismo tipo de cosa en el caso de Judas y de los inicuos que Dios y Satanás utilizaron para afligir a Job. Judas no fue una pobre víctima inocente de la manipulación divina. No era un hombre justo a quien Dios forzó a traicionar a Cristo y después lo castigó por la traición. Judas traicionó a Cristo porque quería treinta monedas de plata. Como declara la Escritura, Judas era el hijo de perdición desde el principio. Sin duda, Dios utiliza las malvadas tendencias y las malvadas intenciones de los hombres caídos para llevar a cabo sus propios propósitos redentores. Sin Judas no hay cruz. Sin la cruz no hay redención. Este no es un caso en que Dios fuerza la maldad. Por el contrario, es un caso glorioso del triunfo redentor de Dios sobre la maldad. Los deseos malvados de los corazones de los hombres no pueden frustrar la soberanía de Dios. En realidad, están sujetos a la misma.
Cuando estudiamos el modelo del castigo divino de los inicuos, vemos emerger una especie de justicia poética. En la escena del juicio final del libro de Apocalipsis leemos lo siguiente:“El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).
En su acto final de juicio, Dios entrega a los pecadores a sus pecados. En efecto, los abandona a sus propios deseos. Así ocurrió con Faraón. Mediante este acto de juicio, Dios no manchó su propia justicia creando nueva maldad en el corazón de Faraón. Él estableció su propia justicia castigando la maldad que ya había en Faraón.
Así es como debemos entender la doble predestinación.
Dios muestra misericordia a los elegidos obrando la fe en sus corazones. Él administra justicia a los réprobos dejándolos en sus propios pecados. No hay simetría aquí. Un grupo recibe misericordia. El otro grupo recibe justicia. Nadie es víctima de injusticia. Nadie puede quejarse de que haya injusticia en Dios.
La nota completa: http://graciayconocimiento.blogspot.com.ar/2015/01/existe-la-doble-predestinacion-por-rc.html
___________________________________