John Flavel
La crucifixión de la carne implica un debilitamiento gradual del poder del pecado sobre el alma. La muerte en la cruz era una muerte lenta y prolongada, y la persona crucificada se iba debilitando poco a poco.
Lo mismo sucede con la mortificación del pecado: El alma todavía se está limpiando de “toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).
Y así como el cuerpo de pecado se debilita cada vez más, el hombre interior o nueva criatura “se renueva de día en día” (2 Co. 4:16).
Porque la santificación es una obra progresiva del Espíritu: A medida que aumenta la santidad y se va arraigando con más profundidad en el alma, más va menguando y debilitándose el poder del pecado y el amor por él hasta que, finalmente, es sorbido en victoria.
La crucifixión de la carne significa para nosotros, la aplicación por el creyente de todos los medios espirituales e instrumentos santificados para su destrucción. No hay cosa en este mundo que el corazón creyente desea y anhela más intensamente que la muerte del pecado y verse librado totalmente de él (Ro. 7:24).
La sinceridad de tales deseos se manifiesta en la aplicación cotidiana de todos los remedios de Dios. Por ejemplo, estar diariamente en guardia contra las ocasiones para pecar: “Hice pacto con mis ojos” (Job 31:1).
Más que la vigilancia ordinaria sobre su pecado especial o apropiado: “Me he guardado de mi maldad” (Sal. 18:23). Los clamores sinceros al cielo pidiendo gracia preventiva: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí” (Sal. 19:13).
Una humillación profunda del alma por los pecados del pasado, que es una prevención excelente contra pecados futuros: “¡Qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación!” (2 Co. 7:11). Cuídense de no dar lugar a las intenciones del pecado consintiendo a la carne para satisfacer sus deseos, como lo hacen otros (Ro. 13:13-14).
Disposición de ser reprendidos por el pecado: “Que el justo me castigue, será un favor” (Sal. 141:5). Estos y otros medios de mortificación similares, son recursos que las almas regeneradas usan y aplican diariamente, a fin de hacer morir el pecado.
La naturaleza de la mortificación (del pecado)
-John Flavel-
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