Gracia Eficaz
Toda moneda tiene dos caras. También hay otra cara a la doctrina de la elección. La elección se refiere tan solo a uno de los aspectos de la doctrina más amplia de la predestinación. El otro lado de la moneda es la cuestión de la condenación. Dios declaró que amó a Jacob pero que odió a Esaú. ¿Cómo debemos entender esta referencia al odio divino? La predestinación es doble.
La única manera de evitar la doctrina de la doble predestinación sería el afirmar que Dios predestina a todos a ser escogidos o que no predestina a nadie ni a ser escogido ni a ser condenado. Como la Biblia enseña la predestinación con claridad en cuanto a la elección y niega la salvación universal, debemos concluir que la predestinación es doble. Incluye tanto la elección como la condenación.
La doble predestinación es inevitable si tomamos a la Escritura en serio. El punto crucial, sinembargo, es ¿cómo debe ser entendida la doble predestinación? Algunos han entendido a la doble predestinación como una relación de causa y efecto, en la cual Dios es igualmente responsable de que el malvado no crea y de que los escogidos crean. Esta posición sobre la predestinación se conoce como la positiva-positiva.
La posición positiva positiva sobre la predestinación nos enseña que Dios positiva y activamente interviene en las vidas de los escogidos para obrar su gracia en sus corazones y para traerlos a la fe. Del mismo modo, en el caso de los malvados, obra el mal en los corazones de los malvados y activamente les impide que se lleguen a la fe. Esta posición ha sido llamada con frecuencia el "hipercalvinismo" porque va más allá de las posiciones que a este respecto tenían Calvino, Lutero y otros pensadores de la Reforma.
La posición de la iglesia Reformada sobre la doble predestinación sigue un patrón positivo negativo. En el caso de los escogidos, Dios interviene positiva y activamente para obrar la gracia en sus almas y traerlos a la fe salvadora. Unilateralmente regenera a los escogidos y les asegura su salvación. En el caso de los malvados, no obra el mal en ellos o impide que se acerquen a la fe. En lugar de hacer esto, los pasa por alto, dejándolos librados a sus propios pecados. Según esta posición la acción divina no es simétrica. La actividad de Dios es asimétrica con respecto a los escogidos y a los malvados. Existe, sin embargo, un plano de igualdad. El malvado, que ha sido pasado por alto por Dios, está finalmente condenado, y su maldición es tan real y cierta como la salvación final de los escogidos. El problema se vincula a las afirmaciones bíblicas como en el caso de Dios endureciendo el corazón de Faraón.
Nadie discute que la Biblia dice que Dios endureció el corazón de Faraón. Pero la pregunta sigue en pie: ¿Cómo endureció Dios el corazón de Faraón? Lutero argumentaba que se trataba de un endurecimiento pasivo y no activo. En otras palabras, Dios no creó ninguna nueva maldad en el corazón de Faraón. Ya existía suficiente maldad en el corazón de Faraón para que este se inclinara a resistir la voluntad de Dios siempre que pudiera. Todo lo que Dios tiene que hacer para que alguien se endurezca es retirar su gracia de dicha persona y dejarla librada a sus propios impulsos hacia el mal. Esto es precisamente lo que Dios hace a quienes están condenados en el infierno. Los abandona a su propia maldad. ¿En que sentido "odió" Dios a Esaú? Hay dos explicaciones propuestas para resolver este problema.
La primera de ellas lo explica definiendo al odio no como una pasión negativa dirigida hacia Esaú sino simplemente como la ausencia de amor redentor. Que Dios "amó" a Jacob significa sencillamente que hizo de Jacob el objeto de su gracia inmerecida.
Le dio a Jacob un beneficio que Jacob no merecía.
Esaú no recibió el mismo beneficio y en dicho sentido fue odiado por Dios. Esta primera explicación suena un poco rebuscada, parece querer evitar que se pueda decir que Dios puede odiar a alguien. La segunda explicación le da más fuerza a la palabra odio. Según esta segunda explicación, Dios efectivamente odió a Esaú. Esaú era odioso a la vista de Dios. No había nada en Esaú que Dios pudiera amar. Esaú era un vaso solo digno de ser destruido y merecedor de la ira y el odio santo de Dios. Que el lector decida con cuál explicación se queda.
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