John MacArthur
Entre muchos creyentes dentro de la Iglesia hoy en día, hay una justificación popular que proclamar la verdad es una alternativa viable
para reprender el error. En lugar de luchar con los falsos maestros y
sus herejías, se contentan con cubrir sus ojos, tapar sus oídos, y
“mantener una actitud positiva” en su enseñanza.
Pero no es ni/o cuando se trata de predicar la
verdad y confrontar el error–eso es una dicotomía falsa y no Bíblica
que contradice los ejemplos que vemos en toda la Escritura. En su carta a
Tito, el apóstol Pablo dejó claro que ambas funciones son fundamentales
para el trabajo de un líder de la iglesia:
7 Porque el obispo debe ser irreprensible como administrador de Dios, no obstinado, no iracundo, no dado a la bebida, no pendenciero, no amante de ganancias deshonestas, 8 sino hospitalario, amante de lo bueno, prudente, justo, santo, dueño de sí mismo, 9 reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen. (Tito 1:7-9)
El pacifismo nunca ha sido una opción pastoral en la
guerra por las almas de las personas. Cualquier pastor que enseña
fielmente es llamado a exhortar a los creyentes en la sana doctrina y
refutar a los que se oponen a la sana doctrina.
Los pastores tienen la obligación dada por Dios para
cultivar el discernimiento entre sus congregaciones. Y ese
discernimiento es necesario para dar a su pueblo el conocimiento de la
verdad necesaria para protegerlos del error ubicuo que incesantemente
les agrede. Antilegō (refutar) significa literalmente “hablar en
contra.” Los predicadores y maestros del Señor deben ser polemistas
contra la doctrina errónea que se conduce bajo el disfraz de la verdad
bíblica.
No mucho tiempo después el mismo Pablo ministró en
Creta, “muchos hombres rebeldes, habladores de vanidades y engañadores,
mayormente los de la circuncisión”, estaban causando problemas y
confusión en las iglesias allí (Tito 1:10).
Ellos no debían ser
ignorados, y mucho menos tolerados, pero “a quienes es preciso tapar la
boca, porque están trastornando familias[g] enteras, enseñando, por
ganancias deshonestas, cosas que no deben.” (v. 11). Eran
particularmente peligrosos porque surgieron desde dentro de las
congregaciones. “Profesan conocer a Dios”, dijo Pablo, “pero con sus
hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para
cualquier obra buena.” (v. 16).
Incluso la iglesia espiritualmente madura en Efeso no era inmune a las falsas enseñanzas.
“Yo sé que después de mi partida, “Pablo advirtió a los ancianos de esa iglesia, “vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, 30 y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos.”(Hechos 20:29-30).
Aunque existen falsos maestros en la iglesia bajo
muchos disfraces, todos ellos, de un modo u otro, contradicen la verdad
bíblica. Ellos son los enemigos de la sana doctrina y, por tanto, de
Dios y de su pueblo. El simple hecho de aceptar las Escrituras como la
Palabra infalible de Dios no protege en contra de su ser incomprendido o
incluso pervertido. Otorgar a las ideas personales y decisiones de
concilios de la iglesia una autoridad igual a la Escritura es
contradecir la Palabra de Dios –tan cierto como se puede negar la deidad
de Cristo o la historicidad de Su resurrección.
La última advertencia
de la Escritura es:
“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro, y si alguno quita de la palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:18-19, énfasis añadido).
El doble papel del predicador piadoso y maestro es
proclamar y defender la Palabra de Dios. A los ojos del mundo y, por
desgracia, a los ojos de muchos creyentes genuinos pero ignorantes,
denunciar las falsas doctrinas, sobre todo si esa doctrina se da bajo el
disfraz del evangelicalismo – es estar sin amor, ser crítico, y
divisivo.
Pero poner en peligro las Escrituras con el fin de hacerla más
aceptable y agradable, ya sea para los creyentes o no creyentes, no es
“hablar la verdad en amor” (Efesios 4:15). Es hablar falsedad y es lo
más alejado del amor divino. Es una manera sutil, engañosa y peligrosa
de contradecir la propia Palabra de Dios. El pastor fiel no debe tener
parte alguna en ella. Él mismo tolera, y enseña a su gente a tolerar,
sólo la sana doctrina.
Todos los cristianos comparten el mandato Bíblico de
cultivar el discernimiento. Permanecer pasivo en la Iglesia y
hacer caso omiso de los efectos cancerígenos de la falsa enseñanza es
una negligencia grave de nuestro deber como creyentes.
Hemos de estar
equipados con las herramientas Bíblicas necesarias para identificar,
exponer, repudiar, y excomulgar todos los lobos que se escabullen en la Iglesia. Por amor a Cristo, a Su pueblo, y al Evangelio exclusivamente
puro que Él entregó, cada uno de nosotros tiene que tomar las armas en
la guerra en curso por la verdad.
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